viernes, 28 de mayo de 2010

¿De qué tienes miedo?

Como siempre estaba sentada en aquella acera de aquella calle por la que nunca pasaba nadie, mirando al horizonte, contemplando el atardecer de aquel día del mes de mayo. Su gesto era serio, su mirada inquietante y su respiración acompasada. Parecía estar tranquila, pero en su mente miles de pensamientos la atormentaban, miles de preguntas para las cuales no encontraba una respuesta. Hablaba en su mente, intentando llegar a alguna conclusión útil, pero era en vano.
"¿Dónde estás, duendecillo?"
- ¿Me llamabas, alma perdida?
- ¿Cuándo has...?
- He estado aquí todo el rato, pero no me has visto.
- ¿Por qu...?
- Deja de preguntar, que te recuerdo que no estoy aquí para eso. Dime, pequeña, ¿qué te pasa ahora?
- Lo dices como si siempre me pasara algo.
- En mi presencia sí, porque sino no vendría.
- Siempre tienes que tener la última palabra...
- ¿Me vas a decir qué te pasa o no?
- Es que no estoy muy segura. El destino me ha llevado a su camino, pero ahora...
- Ahora tienes dos opciones: dejarlo tal cual o intentar que sea lo que sabes que quieres.
- Pero...
- A no ser que quieras abandonar el camino.
- ¡No no! Pero es que...
- ¿Qué?
- No quiero estropear nada.
- No hagas lo que haces siempre, por favor te lo pido.
- ¿Desde cuándo tú me pides algo por favor a mí?
- Porque quizá así reacciones.
- Es que no estoy segura de que vaya a salir bien.
- Nunca lo estás, y nunca lo estarás. Al menos no en un tema como este. Te lo he dicho ya muchas veces, el que no arriesga no puede ganar.
- Ni perder, mientras que si me arriesgo puedo perder muchas cosas.
- Has perdido mil cosas por quedarte sentada en esta maldita acera a esperar que pase algo por gracia de Dios.
- No creo en Dios.
- No me cambies de tema, que sabes todo lo que has perdido.
- Conclusión: haga lo que haga pierdo algo.
- Y ¿no será mejor perder por intentarlo que por quedarte mirando?
- No creo que eso importe.
- Pero, ¿de qué tienes miedo?
- De la soledad.
- Y ¿crees que esperando que pasen las cosas no te vas a quedar sola?
- Pero no por mi culpa.
- Por tu culpa, lo quieras ver o no. Solo te arriesgaste con él, y no necesitaste mi ayuda. Solo entonces pusiste todo tu empeño en conseguir lo que querías, pero desde que se fue...
- Desde que se fue todo ha ido mal.
- Seguro que sabes el motivo.
- Deleítame.
- Guarda las ironias, sabes que no miento cuando digo que es por andarte con contemplaciones.
- Siempre me dices lo mismo.
- Porque estoy cansado de ver como uno tras otro crees que es el correcto y no haces nada...¿Es que no ves lo que tienes delante?
- Dos opciones, eso tengo.
- No. Crees en el destino, ¿no? Pues cree en lo que tienes delante, que si te ha traido ha este camino es por algo... No para que te quedes mirando las hojas que caen de los árboles y te preguntes porqué si estamos en mayo.
- No te sigo.
- Te haces la tonta, que es otra cosa.
- Vale, pero ¿me lo explicas?
- Mira que eres insolente.
- ¿No te cansas de decirlo?
- Digo que todo esto no es casualidad, y que aunque parezca que el camino tiene mil trampas tienes que adentrarte en él, aunque solo sea por esta vez. Y me estás haciendo hablar demasiado.
- ¡Qué milagro!
- Nunca has pensado que haya sido solo casualidad, pero el destino no va a hacerlo todo por ti. Sabes lo que quieres, solo tienes que luchar por ello, como hiciste hace casi dos años.
- Tenía 14 años.
- ¿Y?
- Era diferente.
- Eras valiente. Valiente e independiente.
- Ya no lo soy.
- Lo eres, pero prefieres ocultarlo para refugiarte en lo fácil, cuando sabes que los retos son mas satisfactorios.
- Y difíciles.
- Haz lo que quieras, pero dices que tienes miedo a la soledad. Si mal no recuerdo, él también. ¿Coincidencia? No lo creo, pero ya es cosa tuya. O luchas, o se lo dices directamente, o te rindes. Yo no puedo decirte más, eres una cabezota empedernida y solo pierdo el tiempo. Si necesitas más señales es que estás ciega. Si no quieres ver lo que tienes delante, eres tonta. Pero no me vuelvas a llamar para volver a hacer lo que quieras.
- El caso es que hacía mucho que no me sentía como ahora.
- ¿Qué más quieres?
- Nada, supongo.
- Pues ya sabes.
Tan solo fueron dos segundo el tiempo en el que no dijo nada. Dos segundos, pero cuando se volvió para formular la última pregunta él ya no estaba. "Y tú, ¿de qué tienes miedo?" Solo necesitaba saber eso para comprobar que realmente era el destino y no simples coincidencias. De pronto un pensamiento fugaz cruzó su mente: de que vuelvas a quedarte mirando. Entonces el reloj marcaba las 21:16, ya era hora de volver a casa. El tiempo había pasado volando, y ahora tocaba decidir si luchar o hablar, lo que estaba claro es que esta vez no se iba a quedar mirando. Por mucho miedo que diera llegar hasta él en soledad sabía que luego, aunque solo fuera parte del camino, lo andaría a su lado. Porque es demasiada casualidad.

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